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El Chocolate de Astorga

Esta pagina contiene los siguientes trabajos:

De los años de oro de los cincuenta a la supervivencia de ahora mismo

Astorga, una ciudad para el chocolate

por Isidro Martínez

El viajero, que siempre llegaba a la estación de tren, se encontraba de bruces con una ciudad para el dulce. Astorga de chocolate, pero también para las mantecadas. Una nube dulce impregnaba el ambiente en los días caliginosos de otoño y primavera.

El viajero, sobre todo niño, ascendía por la cuesta de la avenida de la Estación descubriendo el olor a churros que siempre crepitaban en el aceite, camino de la plaza de Porfirio López. Conseguía, con insistencia, un paquete de papel con churros con azúcar, y entonces el niño topaba, al pasar por delante de la casa de don Paulino, un olor penetrante, dulzón y hasta algo quemado, que salía del suelo. De la acera llegaba, del sótano, el olor del macerar el cacao para convertirlo en chocolate.

Era el primer encuentro con Astorga, con el chocolate. Con una ciudad para los olores. Un poco más arriba, cansado de tanta subida (aunque todo lo bueno exige un cierto esfuerzo) la ciudad descubría sus galas: tiendas, gentes que iban y venían, nuevos olores de otras fábricas de chocolates, más churrerías, las mantecadas en las confiterías, y al fondo la Catedral o el Ayuntamiento.

Era la Astorga de los años cincuenta, cuando en esta ciudad, en la Cámara de Comercio se afiliaban hasta 39 fabricantes de chocolate, con residencia intramuros, y otros cuatro en San Justo de la Vega.

La edad de oro

Alfredo Cabezas, que aún sigue haciendo chocolate, como el de antes, cada día en su fábrica, nos aporta los datos de un sector que fue esencial en esta ciudad, y que ahora, junto a la fábrica de Antonio Castrillo, intenta sobrevivir abriendo un hueco al sol del mercado.

- La etapa más boyante del chocolate en Astorga transcurre entre los años cuarenta y sesenta, cuando más de cuarenta familias -porque casi todos eran artesanos, excepto algunas empresas con empleados- transformaban el cacao en chocolate.

En aquellos tiempos las factorías de Hijos de Benito Herrero, de H. Granell, de Lorenzo Cabezas (un cepedano que era abuelo de Cabezas) y todos los demás, con censo en esta historia, producían un exquisito chocolate a la taza.

Era esta una ciudad para los buenos olores, porque sus hombres trabajaban en lo más dulce.

- Lorenzo Cabezas, en el año 35, ya hizo caramelos y bombones, además de los chocolates, que vendía por Soria, Segovia, Avila y La Coruña... porque no sólo de chocolate vivía esta ciudad.

La tableta de chocolate, la libra, pesaba 466 gramos, y de ahí el nombre. Pero con los años la libra ya no fue moneda de peso, sino sobrenombre de la pieza y pasó a pesar 400 gramos, o 350 g o incluso 300 y hasta 250 g. Ahora mismo, de las dos fábricas astorganas (una tercera se encuentra en Castrocontrigo en nuestra comarca) las libras se hacen de entre 300 y 400 g, en sus formatos más habituales.

- El declive llegó con el bajón del consumo de chocolate a la taza. Las gentes comenzaron a tomar leche, y dejaron un poco de lado al chocolate. Las industrias astorganas, en su mayoría artesanales, no tuvieron medios para adecuarse a los nuevos tiempos, ni en tecnología ni en productos, y los industriales fueron cerrando sus negocios, por jubilación, mientras los hijos buscaban otros derroteros.<D>

En la raíz de la pérdida de la mitad de los buenos olores de Astorga la explicación estuvo en ése no asumir el cambio en el consumo, por otros de merienda, en polvo,... hasta llegar a las dos industrias actuales.

- En el mercado, los artesanales, tenemos una cuota que no vamos a perder. La gente está  descubriendo los buenos sabores, y el acabado que le da la mano y la vista encima, no puede conseguirlo la producción en cadena. Además nos hemos adecuado al mercado y ponemos en las estanterías, además del chocolate a la taza de siempre, otros chocolates de leche con almendras, con pasas, negros finos con almendras, en polvo, cremas de untar...

El mercado potencial se extiende por la provincia leonesa, en las cercanas de Castilla, además de Galicia.

El consumo en el próximo futuro puede incrementarse, aunque siempre dentro de unas cifras modestas. Quizá  por ello no se vislumbran incrementos en la nómina de industriales, porque la competencia es feroz con las grandes producciones. Y, como añadidura, no estamos en cabeza del gusto por el chocolate.

- El consumo por habitante/año en España es de 2,4 kg mientras que en Alemania o Gran Bretaña la proporción sube hasta casi los 7 kilos.

Alfredo Cabezas cree que el desayuno tradicional tal vez no recupere su pasado esplendor, pero existen chocolates artesanales en polvo que se hacen rápidamente.

- Con un microondas, prepararse un chocolate a la taza es tan r pido como hacerse un café. La ventaja, además de la calidad, está en que una tableta que al público se vende a unas 170 pta/300 g pude ofrecer desayuno, agradable y nutritivo, para 12 personas. El precio, por cierto, no encuentra competencia posible, en favor del chocolate.

Artesanos

El viajero, y sobre todo si es niño, ya no llega a Astorga en tren. Suele hacerlo en turismo, e incluso en autocar. Ya no descubren casi nada, pero....

Algunos, pocos, de la Cepeda o de la Vega, incluso si viajan en la Mikado y abren sus ojos al descubrimiento, cuando ascienden por la cuesta de la avenida de la Estación se topan, de repente, con el olor dulzón y profundo del cacao. Sale de la acera, como siempre, en los bajos de la casa de don Paulino, en donde se hacen tabletas de La Maragatina.

Ya no hay olor a fritura de churros en su camino, a no ser que vaya hasta la Catedral. Pero sigue la presencia invisible del chocolate. Incluso puede ir hasta la plaza Romana y entonces, no sólo descubrir  el chocolate, sino que podrá ver a algunas gentes que toman, en tazas blancas, una crema espesa y caliente. Es el chocolate a la taza. Como el que tomaba su abuela, aunque a él no se lo hayan dicho hasta ahora.

Otros, en autocar, se acercan a conocer la fábrica de Alfredo Cabezas, en la carretera de Madrid-La Coruña. El olor a gasolina se convierte, en el interior, en el misterio de la Astorga de siempre: el dulce de las mantecadas y el olor, que casi se masca, del chocolate. Allí están las marcas de siempre, saliendo al encuentro, de La Cepedana y de Vda. de Casimiro Díez.

-¿Por qué la Cepedana? Porque el abuelo, Lorenzo Cabezas, había comenzado en Sueros con la piedra, a moler el cacao.

Después vinieron otras máquinas, algunas incluso modernas, pero el chocolate, los bombones, en Astorga todavía son cosa de mucha mano y mucho ojo.

- Cada año podemos hacer unas 130 toneladas de todos los derivados del cacao.

Es la parte visible de una Astorga que brilló, que pudo enseñar oficios, como el de chocolatero, y que ahora sobrevive.

- A esta ciudad llegaron gentes de toda la Península a aprender el oficio de chocolateros. Era a finales del siglo XVII y XVIII. Y aquí conocieron los secretos del cacao y regresaron a sus tierras. Incluso lo hicieron tan bien que supieron adaptarse a los nuevos tiempos, y bastantes de esas industrias continúan en activo.

Aunque los últimos tiempos no han sido buenos para los chocolateros. Ni para los fabricantes, que hace muy pocos años sumaban en España 460 fábricas (pequeñas y grandes factorías) y ahora sólo quedan 58, ni tampoco para los buenos desayunos, porque artesanos que muelan y muevan el cacao, cada vez quedan menos.

No son una especie a extinguir, pero deberían estar protegidos por la escasez de ejemplares en activo. Hace unos años, Expoastorga recuperó, en el parque de la Sinagoga, el olor del chocolate, la Astorga de siempre. Y bajo la sombra, ahora escasa, de los nuevos  árboles, surgió el cacao, se hizo el chocolate y hasta las tazas, aunque de plástico, volvieron a recrear la historia de esta ciudad.

- Este producto ya estaba presente en Astorga desde el siglo XVII. En estos tiempos estaba de moda en toda España: en las reuniones sociales, en la Corte, en las casas. Era muy apreciado por su poder energético, y también un valor de salud para los enfermos.

En verano, y en las fiestas de los pueblos, los niños que ya no acuden a Astorga en tren porque no está de moda, todavía pueden descubrir el humeante chocolate, el sabor más pegadizo de esta ciudad, cuando la chocolatada de medianoche se hace taza y alegría.

Los tiempos han cambiado, pero sigue siendo excelente costumbre comenzar el día, aunque sea a la una de la madrugada, con una taza de chocolate de Astorga.

Isidro Martínez


Anecdotario en el Museo del Chocolate de Astorga

Dentro de la historia del chocolate en la ciudad de Astorga, pionera en su elaboración, existen anécdotas curiosas y originales, que hoy comenzaremos a publicar en Astorga Virtual

Cuando en los albores del siglo XIX, se comenzaba en Cataluña y en Alemania la fabricación de maquinaria para la fabricación de chocolates, muy pocas podrían pensar que en una pequeña ciudad del noroeste español, Astorga, surgiría una competencia a aquellas poderosas industrias. Sin embargo, máquinas fabricadas en Astorga, limpiadoras, molinos, refinadores, etc. se exportaron desde la ciudad y aún, muchas de ellas se utilizan en la actualidad.

No sólo fue Angel García el fabricante de dichas máquinas, aunque sí el más duradero y conocido. También Manuel León Andrés, posteriormente dedicado a taller del automóvil, garaje "Los Leones" fabricó maquinaria del chocolate y Baltasar del Teso en la plaza del Ganado.

Si bien, es cierto, que las piezas de fundición procedían de La Felguera, el resto: engranaje, piedras, carpintería y montaje se hacía en la ciudad.

En cuanto a los precios de estas m quinas y refiriéndonos a los años 1930-40, citaremos que una limpiadora de cacao valía aproximadamente 200 pesetas, y una batidora o "toca cajas" silenciosa unas 500 ptas. y una refinadora entre 1.300 y 1.600 ptas.

Todo ello compitiendo con marcas tan poderosas como Lehmann, de Dresde (Alemania) o Juan Borrell, Valss hermanos, Miralles de Cataluña y otros fabricantes europeos. Un pequeño número de aquellas m quinas fabricadas en Astorga, dan fe de su calidad produciendo actualmente un chocolate casi artesano.

Queden estas breves notas como recuerdo a la inteligencia y laboriosidad de aquellos intrépidos astorganos fabricantes de maquinaria para el chocolate.

José Luis LOPEZ


Astorga, santuario del chocolate

El reportaje de Isidro Martínez, ese periodista tan puntualmente atento siempre a la biografía y a la intrahistoria de esta ciudad, sobre el Chocolate en Astorga me trae a la memoria un sabor, un color y un tacto. Vivir es ver volver, decía Azorín. Vivir es también volver a sentir.

Una pastilla de chocolate y un trozo de hogaza era nuestra merienda en Fuenteencalada, mientras en las camillas con brasero de los profesores del Seminario, humeaba, en las tardes frías de invierno, entre los versos de la gramática latina de Cancio, una jícara de chocolate espeso.

En Astorga el chocolate estaba asociado al latín. El Correo de Galicia sabía a mantecadas pero, si nevaba o arrasaba el sol, Astorga sabía a chocolate. Astorga, como dice Isidro Martínez, merece el ser la sede se su Museo nacional.

Comprendo que el chocolate era una de mis debilidades y llevo en la memoria un Museo virtual. En el paseo de San Martín de Abajo en Zamora, en la fábrica de Manuel Luis que era, "in illo tempore"; algo as¡ como el Confitero Mayor del Reino, tostaba al aire libre el cacao que parecía un personaje escapado de una escena de "La verbena de la Paloma". Recuerdo el molino en el que, rotando sus dos grandes piedras, se elaboraba la masa, y la refinadora entre cuyos rodillos se veía cocer el chocolate como en estalactitas que eran como los pinganillos tras las heladas nocturnas y luego estaba el tablero que daba forma a las pastillas y que a mi me recordaba las almohadillas mecánicas que había visto en algunas estaciones del Metro alemanas para relajar los pies.

En la cocina de Astorga había dos platos fundamentales: cocido y congrio al ajo arriero y luego otros dos complementarios, el chocolate y las mantecadas. Tabletas de chocolate y cajas de mantecadas sin documentos de la identidad de Astorga. Se expenden en los mostradores de todos los bares de paso, y en los corrales con grises de nieve y bajo la ropa tendida goteando lejía, esos sabores nos iniciaban en la dulzura.

Hemos corrido de acá para allá  con el aro; nos hemos asomado a la muralla para ver si se veía la nieve del Teleno; hemos descendido a los arrabales, Hemos contemplado la lluvia desde los portalones de poyos oxidados de orín y despedido desde el balcón del jardín el tren del Oeste; hemos jugado a la hita en la plazuela de las acacias, que era mi plazuela, y hemos soñado a la sombra de los viejos negrillos que orillaban el camino a Fuenteencalada; y siempre Astorga nos sabía a chocolate. Y también a incienso. Con una pastilla de chocolate en la boca nos fuimos haciendo hombres. Y ahora...

Recuerdo que ya olvidé la novia que más me amó, dice un verso de González Ruano.

Juan Carlos VILLACORTA


El chocolate, todo un mundo

Le han acusado de provocar caries, acné y alergias, fomentar la obesidad y provocar migrañas. Todo en vano. Nada han podido hacer sus detractores frente a la atracción gulesca que despierta el chocolate. En Astorga ya suman más de un siglo de producción.

Auténtico caleidoscopio de sabores y aromas, el chocolate se ha ganado una inmejorable fama, gracias tanto a sus magníficas cualidades como a los mitos que le rodean desde su descubrimiento. Se ha especulado con sus poderes afrodisíacos y antidepresivos, y su supuesta adicción ha sido detonante de no pocas discusiones. Lo que en el siglo XIX era un lujo sólo al alcance de la alta sociedad es hoy uno de los vicios confesables más extendidos. A la taza o en tableta, su sabor, intenso y sutilmente perfumado, y su suave textura hace de él un capricho al que pocos se resisten.

Su nombre procede del azteca cacahuatl. También los mayas consideraban el cacao un producto muy valioso, que utilizaban como moneda y medida. Cuenta la leyenda que cuando Hernán Cortés, en su búsqueda de El Dorado, desembarcó en Méjico, en 1519, los aztecas lo confundieron con Quetzalcoalt, dios de la fecundidad y jardinero del árbol del cacao. La divinidad había sido expulsada por Tezclatipoca y su retorno se esperaba para ese año.

Tipos de cacao

Criollo: Es el Rolls Royce de los cacaos; una especie de edición limitada que abarca entre el 10% y el 15% de la producción mundial.

Como su nombre insinúa, es el genuino que bautizaron los españoles al llegar a México. Allí no se cultiva en la actualidad, aunque sí abunda en América Central, Colombia, Venezuela y algunas regiones de Asia. Sus mazorcas son alargadas y con surcos, y proporcionan un producto de alta calidad. No obstante, se tiende a abandonar su cultivo por su alta fragilidad.

Forastero: Más abundante y resistente; de sabor fuerte y amargo. Originario de la Alta Amazonia, es, a pesar de su nombre, el más cultivado. Su mazorca es más redondeada y prácticamente lisa, de un color verde que se transforma en amarillo en la madurez. Forman parte de este grupo los cacaos corrientes del Brasil y del Oeste africano, numerosos cultivos de Latinoamérica, el de Ecuador y las variedades del antiguo Ceilán (Java y Sri Lanka).

Trinitario: un cruce de los dos anteriores. Es un grupo genéticamente heterogéneo cuyos cotiledones, normalmente de color violeta oscuro, dan lugar a un cacao de cualidades similares a las del Forastero.

Variedades fuertes: Santa Lucía, Sri Lanka, Accra, Para, Trinidad, Granada, Surinam, Cuba, Dominicana.

Varieda